viernes, 30 de septiembre de 2011

La dosis

He oído que le ocurrió a una chica de treinta años de Barcelona llamada Nuria. Tenía un problema, no importa de qué tipo, y estaba muy angustiada pensando en los próximos días. Apenas comía, casi no dormía y su humor había cambiado por completo: antes era alegre y extrovertida y últimamente se había vuelto huraña y arisca.
Por prescripción médica acudió una mañana a una farmacia y compró una caja de ese nuevo medicamento que la gente llama Debilitina o "pastilla de la debilidad". Su composición química no la conozco, pero sí me he documentado ampliamente sobre sus efectos: mejora el humor (tiene componentes antidepresivos), disminuye el ritmo cardiaco, causa somnolencia... Por esto último lo llama la gente pastilla de la debilidad, aunque dicen las malas lenguas que ese nombre alude a la debilidad de las personas «que no son capaces de afrontar sus problemas sin recurrir a las drogas». Personalmente no comparto esta opinión, estoy muy a favor de que la industria farmacéutica comercialice medicamentos para combatir situaciones de estrés continuo. Sin embargo, en esta ocasión debo decir que la Debilitina me parece peligrosa y en cierto modo contraproducente.
Funciona de la siguiente manera: después de ingerirse la cápsula con un poco de agua, sus efectos comienzan a notarse en tan sólo diez minutos: la persona empieza a sentirse cansada, sus piernas y brazos no responden como deberían (en el prospecto se indica que la persona debe estar acostada o acostarse inmediatamente después de ingerir el medicamento), el cerebro deja de recapturar serotonina (lo que hace que ésta circule libremente produciendo una sensación de bienestar en la persona), y su característica principal: hace que el paciente se olvide temporalmente de lo que le preocupa, y solamente de eso, con lo que se garantiza su descanso físico y mental.
Desde que la farmacéutica suiza que patentó la fórmula había obtenido luz verde para comercializar el medicamento, la demanda había evolucionado en progresión geométrica, el precio se había disparado y pronto millones de personas (desde adolescentes hasta amas de casa o ejecutivos de grandes empresas) se encontraron bajo los efectos de un producto químico que despertaba recelos pero que cumplía su función: los mantenía tranquilos, despreocupados y felices.
Pero su principal efecto secundario, muy frecuente, no tardó en aparecer: mientras que la Debilitina inhibía aquellas redes neuronales que se activaban con más intensidad durante los momentos de estrés, al pasarse los efectos del medicamento, el paciente recobraba plena conciencia de todo aquello que le preocupaba y le angustiaba, y, más aún, el cerebro contraatacaba con una sensación de angustia extremadamente más intensa que la inicial, como si al interrumpir la actividad de determinadas redes neuronales durante un cierto tiempo, éstas despertasen luego mucho más activas y enérgicas, lo que hacía necesario duplicar las dosis cada cierto tiempo.
Cuando se conoció este efecto y se empezó a aceptar que la probabilidad de ocurrir era ciertamente demasiado elevada (superior al 80%) como para pensar que «ese tipo de cosas nunca ocurren en la práctica», Europa tuvo que enfrentarse a un serio dilema: dar al cuerpo y la mente un descanso frente a la angustia continua y evitar así enfermedades cardiacas y trastornos derivados del estrés, o protegerse de situaciones que indirectamente resultaban mucho más traumáticas (por las reacciones del cerebro) y que, por si fuera poco, conducian a un gasto económico que podía duplicarse mes a mes o incluso semana a semana.
Y a este dilema tuvo que hacer frente la persona de la que me hablaron. Ahora existen algunas asociaciones y miles de charlatanes que afirman poder curar la adicción a la Debilitina «en sólo 42 sesiones, infórmese», pero el precio es demasiado alto, normalmente no baja de los cuarenta mil euros en total, y normalmente la gente no tiene tanto dinero. Por eso muchos se arruinan comprando Debilitina y otros ocupan hospitales psiquiátricos, y los más afortunados simplemente mueren en medio de gravísimas crisis de ansiedad. Lo segundo fue lo que le ocurrió a esta chica, Nuria, creo que se llamaba, o tal vez Isabel, o Raquel. Realmente podría ser cualquiera.

martes, 27 de septiembre de 2011

Que estés bien

Querida X,

Me ha resultado imposible escribirte antes. No es que estuviera especialmente ocupado, sino que no sabía muy bien qué contarte. Mi vida no ha cambiado mucho en los últimos meses, ya lo ves. Sigo con las pizzas. A veces se hace pesado pero no me quejo, aunque, como comprenderás, he aprendido a aborrecerlas. No siempre es fácil, a veces los clientes son desagradables y otras veces tengo que salir cuando llueve. La otra semana derrapé con la moto en un charco y me rompí una pierna. Estuve algunos días ingresado y mi jefe me descontó las tres pizzas y los días que estuve de baja. Me da igual, que se meta el dinero en el culo.

Chico está algo mejor, el veterinario me ha dado para la semana que viene para quitarle los puntos. La gente no debería dejar sueltos a los perros peligrosos. Él, por el contrario, es demasiado bueno. No sé si recuerdas la última vez que viniste a casa, te saltó al regazo y no se despegó de ti en toda la tarde, casi me puse celoso. Ahora anda como tristón y ha perdido el apetito, pero al menos parece que la herida ya no le duele tanto, aunque quién lo sabe sino él.

El otro día escuché de nuevo aquella canción, la tenía tan metida en la cabeza que tuve que buscar el disco por toda la casa y al final lo encontré tirado en el suelo al lado del sofá y debajo de unas botellas de cerveza. La caja estaba rota y la carátula se había mojado, pero el disco se oía bien. Lo estuve escuchando entero una y otra vez durante toda la noche. Es gracioso que algo que para mí ha sido siempre tan importante acabe debajo de un montón de basura. Gracioso por decir algo.

Ahora tengo que volver a mis cosas, supongo que no debo esperar respuesta tuya. Sólo quería decir que te extraño y que espero que te traten bien allá arriba o donde rayos estés. Dudo que nos volvamos a ver, pero escribirte todavía es algo así como un consuelo.

En fin, hasta siempre. Te quiere,

Y.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Citas: Opiniones de un payaso

Hay una bonita palabra: nada. No pienses en nada. Ni en el canciller, ni en los católicos, piensa en el payaso que llora en la bañera, que derrama el café en sus zapatillas.
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Sí, la Iglesia es rica, tan rica que apesta. En realidad apesta a dinero, como el cadáver de un hombre rico. Los cadáveres de los pobres huelen bien, ¿lo sabía usted?
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Existen formas de prostitución curiosamente desconocidas, comparadas con las cuales la auténtica prostitución es una profesión honrada: aquí por lo menos se ofrece algo por el dinero.
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Decididamente, lo lamentable de aquel comandante, o lo que fuese, eran sus medallas. Sin ellas, hubiese tenido aún la posibilidad de mantener una cierta dignidad.
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Una vez me encontré con Sommerwild después de un debate de ésos ("¿Puede darse un arte sacro moderno?") y me preguntó: «¿Estuve bien? ¿Le gusté?», exactamente, literalmente, lo que preguntan las prostitutas a sus clientes. Sólo faltaba que me dijera: «Recomiéndeme a sus amigos».

Heinrich Böll, Opiniones de un payaso