martes, 30 de agosto de 2011

El monstruo

El monstruo habita en cinco metros cuadrados. Hay en su celda un camastro bajo una ventana, una silla de madera y una mesa vieja que soporta como puede una montaña de papeles, una pluma, un tintero y velas, de las cuales se enciende una a la hora de trabajar.
El monstruo duerme a veces en el alféizar mirando al exterior, y en ocasiones cae y se golpea con la esquina de la mesa. Otras veces enloquece y se pone a correr por la habitación y a chocar con las paredes, y de repente se para y pega la oreja a la puerta. Fuera oye gritos y lamentos y entonces se calma y se acuesta en la cama o en el suelo y se duerme por un rato.
El monstruo a veces vomita y a veces defeca sobre sus papeles y los arrastra por las paredes, y se emborracha con el peor de los venenos hasta perder la noción del tiempo. Después despierta y le duele el pecho y tiene la sensación de que está tumbado sobre arenas movedizas.
Es posible visitarlo pero se esconderá bajo la cama y no querrá sino rebuznar. Se tapará la cara con sus ropas y se pondrá violento si se le intenta tocar. El guardia tirará de la cadena atada a su cuello y él gritará de dolor pero nadie podrá verle ni enseñarle fotografías en blanco y negro.
El monstruo a veces es un caballo y otras veces una rata. Come pan duro con gusanos y habla con los escorpiones y se tapa los oídos con plumas de colibrí.
Y así su vida pasa entre los barrotes como castigo por un crimen del que ya ni siquiera se acuerda.

miércoles, 24 de agosto de 2011

The Hitcher

No voy a contar nada que no revele el trailer de la película.
Se trata del remake que se estrenó en 2007, titulada en España "Carretera al infierno".
Típico thriller: una pareja joven y guapa se va de vacaciones y en Nuevo Méjico recogen a un autoestopista. Mal hecho.
La película es muy entretenida y muy clásica, está llena de "Para qué abres si sabes que está al otro lado", "Yo que tú no haría eso" y "¿En qué carajos estabas pensando?". Es buena opción para un viernes noche: grupo de amigos, pizzas y un par de pelis de ese estilo para pasar el rato.

sábado, 13 de agosto de 2011

A sangre fría

El libro

Voy a hablar de un libro que seguramente la mayoría ya haya leído. Se trata de A sangre fría, considerada la obra más conocida del periodista y escritor estadounidense Truman Capote (1924-1984).

El punto de partida es el asesinato de una familia de Holcomb, Kansas, en 1959 a manos de Perry Smith (arriba) y Richard Hickock. Cuando Truman Capote leyó la noticia, quiso escribir sobre ella, de modo que viajó a Kansas y se entrevistó con amigos de la familia, vecinos, policía... e incluso con los propios asesinos. De estas entrevistas fueron saliendo montañas de hojas que después de convertirían en una de sus grandes novelas.

¿Por qué me impactó tanto el libro? No hay más que dar una vuelta por cualquier librería y sin necesidad de buscar mucho acabas dando de bruces con cientos de novelas negras que comienzan exactamente de la misma forma. Pero como ya he dicho A sangre fría no es una novela. Por eso al pasar cada página o al leer la descripción de cada personaje o de cada escena sabes que esa persona existió -o existe- realmente y que esa escena sucedió exactamente así. Ése es para mí el principal atractivo de la obra.

Aun así uno podría preguntarse qué tiene de especial un asesinato múltiple si basta abrir el periódico cualquier día y encontrar docenas de crímenes (sin contar con los que no aparecen en los periódicos). Los asesinatos son el pan de cada día, es uno de los rasgos que distinguen a los llamados "seres racionales, inteligentes, sensibles y superiores" de las bestias salvajes, como los gatos o los loris lentos. Pero, ironía aparte, un periódico, por su extensión, no puede profundizar en una noticia sobre un asesinato (si consideramos que éstos siguen siendo noticia). Se limitan a decir que un tipo muy macho y muy valiente disparó en la nuca a su mujer mientras ésta dormía. Sólo un libro -uno bien escrito- puede describir con el suficiente detalle el hecho y sus consecuencias a lo largo de los años y trazar un mapa milimétrico de la mente de cada una de las personas involucradas de forma que ni los asesinos ni las víctimas ni los amigos de las víctimas sean personas desconocidas, sino tan reales y tangibles como la última persona a la que estrechaste la mano.

Capote

La película Capote (2005) narra magistralmente el proceso de escritura de A sangre fría y, aparte de una cinta donde Philip Seymour Hoffman hace el papel de su vida, verla es lo mejor que se puede hacer después de leer el libro.

Muy recomendada.

sábado, 6 de agosto de 2011

El célebre señor Kimb

¿No oigo llegar al señor Kimb? ¡Vamos a llamarle entre todos!
Todos declararon que el señor Kimb se había puesto violento.
Es un pequeño pueblo de agricultores en el Estado de Kansas, comienzos de verano. El sol no ha dado tregua desde el amanecer y la tierra se riega con el sudor de los hombres que han estado toda la tarde montando la carpa, un pequeño recinto con capacidad para unas doscientas personas pero lo bastante grande como para que armarlo suponga un esfuerzo considerable.
-¡Pasen y vean...!
No ha empezado la función pero payasos, acróbatas, caballos, elefantes y las estrellas del espectáculo, los freaks, encabezados por el extraño Sr. Mond -un hombre de mediana edad al que una enfermedad desconocida ha deformado la cara por completo- se agrupan fuera de la carpa. Un malabarista ensaya un número clásico con un monociclo y cinco pelotas de tenis, los zancudos se ponen en pie, un trapecista enciende un cigarrillo y los domadores dan golosinas a los elefantes. La función va a dar comienzo.
-¡...el increíble hombre lobo...!
Mientras una jaula tapada con una gran sábana atraviesa las cortinas y entra en la pista, el gran payaso Señor Kimb, el gran favorito, escucha los aplausos de los niños y sus padres y un momento después los gritos de asombro y de terror. Estropea parte de su maquillaje con el cuarto whisky y por un momento sonríe. Recuerda que él también se había sorprendido al ver por primera vez al hombre lobo, un tipo que por aquel entonces tenía veinticinco años y, según se creía, una hormona que no funcionaba del todo bien y que provocaba que todo su cuerpo estuviera cubierto de un pelaje liso y corto de color castaño oscuro.
El célebre señor Kimb no era mucho mayor por aquel entonces, acababa de dejar su amada Ucrania seis meses antes, recién cumplidos los veintiséis, en busca de un futuro que le garantizara «al menos un mendrugo de pan y un plato de sopa todos los días», y en Ucrania había dejado a sus padres y a sus dos mejores amigos, Andrei y su perro Yuk ("Sur", llamado así porque lo encontró un día con su padre vagando por una carretera al sur de Kiev). Ahora han pasado ya treinta años y Kiev se presenta como una pintura surrealista o como un decorado que hubiese visto alguna vez en alguna representación teatral.
-¡...el hombre más gordo del mundo...!
Mr. Egg. Trescientos veinte kilos, tan sólo un infarto cuatro años atrás que lo había tenido postrado tres meses pero no había mermado en lo más mínimo su vocación de sorprender al público. El circo era, según decía, el único lugar del mundo en el que se sentía respetado. Había superado en parte su fobia social y lo atribuía a su papel como «un honrado trotamundos que lleva a los pueblos y las ciudades el color de lo nuevo y lo maravilloso», tal como había escrito en una carta a su hermana al salir del hospital.
Mr. Kimb piensa a menudo en su familia pero desde hace años no se atreve a escribirles. Desde luego jamás recibe una carta, puesto que no tienen dirección fija ni itinerario definido, pero se siente terriblemente culpable por no haber dado señales de vida durante casi seis años y le avergüenza la idea de volver a escribirles ahora. ¿Qué podría contarles? ¿Qué excusa les podría dar? No hay excusa que justifique seis años de silencio, desde luego. Pero lo peor de todo, lo que más le ahoga, es pensar en la forma en que sus padres interpreten su ausencia. Pensar que en Kiev lo dan por muerto no es plato de buen gusto, y a pesar de ello no se siente lo bastante valiente como para escribirles de nuevo.
También existe otra posibilidad, y es algo con lo que llevaba soñando varias semanas consecutivas. En sus sueños vuelve a casa y se encuentra con su madre, joven como siempre, como si no hubiese pasado ni un solo día. Está allí, en la silla de siempre, remendando un calcetín. Pero está llorando. Entonces se acerca a ella y la abraza y le dice: «Mamá, no llores, mira, soy yo, estoy aquí, siento no haber escrito todo este tiempo pero estoy bien, estoy vivo y he vuelto a casa». Pero su madre sigue llorando y al cabo de unos segundos le dice: «Ya lo sé, ya lo sé, es tu padre el que no está».
No consigue apartar la idea de su cabeza. En los treinta años que lleva fuera ha podido pasar de todo, y no haber tenido ninguna noticia de Kiev durante tanto tiempo supone la mayor tortura que pueda imaginar. Por eso ha vuelto a beber. Por eso se ha ganado unos cuantos enemigos alrededor, aunque no lo sepa. Dicen que estropea los espectáculos, que hace llorar a los niños, que Simmons, el director, no lo despide por lástima. Dicen que entra a la pista tambaleándose y apestando a alcohol, que olvida sus guiones, que no sonríe. No, no sonríe.
-¿Y no oigo llegar al señor Kimb? ¡Vamos a llamarle muy fuerte entre todos! ¡Señor Kiiimb...!
Se dirige a las cortinas y uno de los malabaristas le golpea con el hombro al pasar.
-¡Señor Kiiimb...!
Entra en la carpa tambaleándose y el público aplaude entusiasmado. Se marea. De repente no conoce aquel lugar, no sabe quién es ni qué hace ahí. Se acerca al señor Simmons, que permanece en el centro de la pista muy sonriente, mirando hacia él.
-No me hagas esto, Kimb -le dice Simmons al oído sin dejar de sonreír.
El señor Kimb intenta decir algo y se le nubla la vista. Sin saber si pierde la consciencia antes o después, cae al suelo.
Se oyen algunos llantos y entran otros dos payasos para llevárselo a rastras. Fuera no hace falta dar explicaciones, todos saben lo que hay que saber.
-¿Otra vez? -dice furioso uno de los zancudos.
-Este borracho va a ser nuestra ruina -murmura un trapecista.
Y uno de los domadores, el joven Gregory Penn, se acerca al señor Kimb, que permanece tirado en el suelo, y le golpea la cabeza. Después tira de las riendas de su elefante y le da una orden.

Algunas horas más tardes, todos declararían que el señor Kimb se había puesto violento cuando lo sacaron de la pista, y que su actitud había asustado al elefante, que trató de huir y le pasó por encima. Nadie acusaría al joven Gregory de haber ordenado al animal que le aplastara el tórax, aunque, con una expresión de verdadero horror e incredulidad, cada uno de ellos lo había visto con sus propios ojos.

martes, 2 de agosto de 2011

El cuervo

Lluvia incesante. La luna vigila. Todo el que tenga casa debería encontrarse ahora en ella, intentando dormir. En la calle hay disparos y gritos, coches que van a toda velocidad.
Droga. La mafia.
El cielo cae sobre la Tierra.
No se oye nada pero el suelo se abre. Un cuervo observa posado en una cruz de piedra. Una mano.
Los edificios arden, la gente rueda por el suelo, la mafia domina las calles. Todos tienen miedo por sus hijos. Qué vamos a hacer, dicen. Esto es una pesadilla.
Un hombre vuelve del otro lado. Es imposible, no se puede volver, dirá alguien. La tierra se abrió y de ella salió un hombre sin zapatos. Gritaba pero nadie lo oyó.
El cuervo se posa en su hombro, ahora es su guía.
Droga. La mafia. Asesinos.
Alguien encontró a Tin Tin con el cuerpo lleno de cuchillos. Ahora hay otro hombre que lleva su chaqueta. Sobre su hombro grazna un ave con las alas extendidas.
Esta noche es la noche del Diablo. Vamos a quemar la ciudad, quiero que provoquéis un incendio que puedan ver hasta los dioses. Pero esta noche ha vuelto Eric Draven. Entra en el viejo almacén... nadie oye nada.
Eric Draven convirtiéndose en una sombra. Eric Draven el fantasma. Es imposible, no se puede volver. Nosotros te tiramos por la ventana, nosotros te empujamos a la muerte... Pero Eric ha vuelto porque hay algo que debe hacer.
Esta noche es la noche del Diablo. El cielo da una tregua, no llueve eternamente.