Hola, Señor. ¡Mírame, he venido a tu casa!, ahora ya ves que soy una buena mujer y que siempre te llevo en el corazón. Por eso, todo lo que hago viene de ti. Por eso, todo lo que hago es puro.
¿Has dicho algo? Ah, ¿esto?, ya lo ves, no podía venir de cualquier manera, así que he traído a las criaturas de tu padre sobre los hombros. Es un abrigo carísimo, pero todo sea por agradarte. Mira, yo no me atrevería a venir como esos harapientos que ves sentados en los bancos de tu casa.
Señor, quisiera pedirte algo. Cuida de mi esposo, ¿quieres? Es un gran hombre, sale en televisión dando a conocer tu palabra a todo el mundo y condenando a esos ateos ignorantes. Pide dinero por tu causa, pero por desgracia lo que ganamos no es suficiente. Señor, Señor, escúchame, ¿verdad que no te has olvidado de tus hijos? Necesitamos el dinero. Mi esposo no puede ir siempre a predicar en ese viejo BMW destartalado, ¿qué va a pensar la gente?
Además, mi hija se casa dentro de sólo diez meses y aún no le hemos encontrado vestido, y ten en cuenta, Señor, lo caros que son esos vestidos. Y el banquete, ¡no hablemos del banquete!, tiene que ser la comida más cara de la ciudad, porque si no, ¿qué pensarán los invitados? Esto es importante, porque vamos a invitar a más de seiscientas personas, entre ellos al obispo, por supuesto, que se sentará a mi izquierda. Es muy importante mantener una reputación, e igual de importante que se nos relacione con los mayores representantes de tu padre en la Tierra.
No olvides, Señor, que gracias a nuestras influencias hemos conseguido que el ayuntamiento done a este lugar sagrado una enorme copa de oro macizo para beber tu sangre, y no has de preocuparte, porque el sacerdote ha prohibido ya la entrada a los mendigos y los drogadictos, así que la copa estará siempre a buen recaudo.
Por todo eso, Señor, por todos nuestros sacrificios y nuestra humildad, ¿no crees que merecemos ser felices?
La mujer se levantó del banco, se santiguó y arrastró su enorme abrigo de piel de leopardo a través del pasillo de la iglesia.
de todos es sabido que en casa de carpintero, cáliz de oro ¿no?
ResponderEliminar¡Amén, hermano!
ResponderEliminarEntre Míster y tú la habéis clavado... Es indignante. Besos!!!
ResponderEliminarjeje es valleinclanesco total.
ResponderEliminarJavi, ahora que lo dices me ha dado el mono de releer Luces de Bohemia.
ResponderEliminarPor cierto, ¿qué crees que sucederá si metes en una coctelera a Valle-Inclán, a García Márquez y a Dostoievski? ¿Qué puede salir de ahí?
Me alegra volver a verte por estos lugares, en serio.
Un F. en estado de ebullición :P
ResponderEliminarMr. Blogger, entonces mejor no intentarlo por si acaso :P
ResponderEliminarMientras no lo agiten...
ResponderEliminar¿Lo releíste? Quizá tenías eso en la mente. Sinceramente F, ¡no imagino qué podría salir de esa mezcla!
ResponderEliminarJavi, tengo, sin exagerar, una cola de libros de unos cuantos años entre papel y electrónicos XD prefiero no releer nada de momento.
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