Nos dirigimos a popa con las linternas casi apagadas y en medio de una espesa niebla, de manera que los marineros de guardia no habrían podido vernos a menos que hubiesen pasado por nuestro lado, y, puesto que habíamos planeado meticulosamente nuestra investigación, no ocurrió en la cubierta principal nada que nos pusiera en peligro en ningún momento.
Herr Blutmond caminaba a mi lado, ambos cuidándonos de que los faroles de dotación no nos delataran y advirtiéndonos mutuamente cuando debíamos agacharnos o escondernos. En un momento en que nos encontrábamos de cuclillas y quise observar mejor unas extrañas marcas regulares en la cubierta, grabadas muy probablemente a cuchillo, acerqué la linterna a su rostro y la luz anaranjada me mostró por un instante la enorme cicatriz que le dividía la cara desde la sien izquierda hasta el labio superior, y, lo que de día me parecía una cara amable, esa noche, visto desde aquella luz, se me antojó el rostro de un animal salvaje y siniestro.
Llegamos por fin a las escaleras que dan al alcázar y avanzamos hasta el palo de mesana, tras el cual se encontraban los camarotes del capitán y los oficiales, que permanecían tumbados en el suelo en la misma posición en la que habían sido encontrados la noche anterior porque ninguno de los marineros se había atrevido a tocarlos por temor a que aquellas muertes obedecieran a alguna clase de enfermedad contagiosa, como así resultó ser, según averiguamos más adelante.
Abrimos la escotilla y bajó él en primer lugar. Yo le seguí inmediatamente y, mientras bajábamos los escalones y en el momento de cerrar de nuevo la escotilla, sentí con tanta claridad su miedo como los latidos de mi propio corazón. Entonces, muy lentamente, fue aumentando la intensidad de su linterna hasta que la luz se empezó a reflejar en las cuatro paredes. Fue en ese momento cuando los temores que nos habían llevado a organizar nuestra pequeña expedición se vieron confirmados de la manera más terrible...
Herr Blutmond caminaba a mi lado, ambos cuidándonos de que los faroles de dotación no nos delataran y advirtiéndonos mutuamente cuando debíamos agacharnos o escondernos. En un momento en que nos encontrábamos de cuclillas y quise observar mejor unas extrañas marcas regulares en la cubierta, grabadas muy probablemente a cuchillo, acerqué la linterna a su rostro y la luz anaranjada me mostró por un instante la enorme cicatriz que le dividía la cara desde la sien izquierda hasta el labio superior, y, lo que de día me parecía una cara amable, esa noche, visto desde aquella luz, se me antojó el rostro de un animal salvaje y siniestro.
Llegamos por fin a las escaleras que dan al alcázar y avanzamos hasta el palo de mesana, tras el cual se encontraban los camarotes del capitán y los oficiales, que permanecían tumbados en el suelo en la misma posición en la que habían sido encontrados la noche anterior porque ninguno de los marineros se había atrevido a tocarlos por temor a que aquellas muertes obedecieran a alguna clase de enfermedad contagiosa, como así resultó ser, según averiguamos más adelante.
Abrimos la escotilla y bajó él en primer lugar. Yo le seguí inmediatamente y, mientras bajábamos los escalones y en el momento de cerrar de nuevo la escotilla, sentí con tanta claridad su miedo como los latidos de mi propio corazón. Entonces, muy lentamente, fue aumentando la intensidad de su linterna hasta que la luz se empezó a reflejar en las cuatro paredes. Fue en ese momento cuando los temores que nos habían llevado a organizar nuestra pequeña expedición se vieron confirmados de la manera más terrible...
No me dejes así! ¿Qué descubren? Es decir, ¿simplemente se contagian y mueren? ¿El que lo narra se cura? ¿Lo cuenta después de muerto? Quiero más!!!! XD Besito!!!!
ResponderEliminarAaaaaaaahhhhhhhh quién sabe... :p
ResponderEliminarSi, creo que la expedición era para buscar cítricos y no habían encontrado en tierra, y al ver que en en el almacén de la cocina ya tampoco quedaban, quedó conformiado: epidemia de escorbuto!!
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