Llevo ya algunos meses fuera de casa. Tal vez debería empezar por ahí: debería explicar en primer lugar mi situación.
Desde hacía algunos años, las cosas en casa se habían vuelto insoportables. Mi mujer bebía, bebía como cincuenta, e imagino que todavía lo hace, si es que aún no ha contraído cirrosis. Vivía yo, vean, con una borracha maloliente. Esto es así porque, al caer cada noche o cada dos noches sobre el viejo sofá del salón, abrigada como venía de la calle y acalorada por el alcohol, comenzaba a sudar de una manera espantosa. A esto había que sumarle el olor del tabaco adherido a una ropa que se cambiaba muy de vez en cuando. A veces, durmiendo yo en la habitación, me despertaba por el mal olor y tenía que abrir todas las ventanas, a pesar del frío que hacía en la calle.
Una vez vino a visitarme una antigua amistad a la que hacía tiempo que no veía, y llegó tan de improviso que no tuve tiempo de adecentar la casa. Sólo tuve tiempo de despertar a mi mujer para que dejara libre el sofá y se fuera a dormir a la cama, pero no lo conseguí: tuve que tirarle del brazo para incorporarla y dejarla sentada allí mismo. Pretexté ante mi amigo que se encontraba enferma, y, puesto que no iba a abandonarla en esa situación, no podía llevarme a mi invitado a tomar un café en la avenida o a cualquier otro sitio, así que en ese estado lamentable pasamos la tarde. Él, por supuesto, se excusó muy temprano, sin duda por lo incómodo que resultaba hablar conmigo mientras una mujer sucia y borracha roncaba a mi lado como un trasto viejo.
Y en este punto ocurrió algo realmente curioso: mi amigo volvió a visitarme al día siguiente. Esta vez se quedó más tiempo, y durante su visita observé que, a intervalos, lanzaba algunas miradas a mi mujer. No quise precipitarme ni acusarle de algo de lo que no estaba seguro, así que guardé silencio sobre el tema y actué como de costumbre. Aquella tarde cogió su sombrero y nos despedimos con el mayor afecto.
Pero volvió una vez más, y después otra vez, y yo empecé a sospechar seriamente de mi amigo. Por supuesto, traté de convencerme de que todo eran estúpidas invenciones mías y de que no debía hacer ningún caso de mis sospechas, hasta que en una ocasión me habló aparte, y me confesó que se sentía atraído por mi mujer. Yo asomé la cabeza para asegurarme de que me hablaba realmente de ella, y, si he de ser sincero, no podía creerlo ni por un instante. La veía allí, de cualquier manera, sobre el sofá, haciendo aquel ruido tan desagradable, manchada de sudor, oliendo a... en fin, oliendo francamente mal, y me preguntaba si él no se habría vuelto rematadamente loco. Barajé la hipótesis de que en el aire se hubiera mezclado alguna sustancia venenosa que le hubiera afectado, tal vez vapor de mercurio o alguna cosa parecida, pero me parecía altamente improbable. Me sorprendió tanto su confesión que durante unos segundos fui incapaz de hablarle. Finalmente, pude decirle algunas palabras. «Mi querido amigo», dije, «si estás seguro de tus sentimientos (¿pero realmente lo estás, querido amigo?), y si eres correspondido y aceptas cargar con ella el resto de tu vida... esta casa y todo lo que hay en ella es tuyo desde hoy».
Él no cabía en sí de satisfacción. Pero tuvo una curiosa forma de agradecérmelo: me hizo cederle legalmente todas mis propiedades, y después me echó de allí, como se echa a un desconocido o a un testigo de Jehová.
Así que, por este acontecimiento surrealista, me veo en la calle en esta noche tan fría en que presiento que se acerca mi final. Puede parecerles gracioso, señores, pero les aseguro que no lo es en absoluto. Me duelen los huesos, me duelen muchísimo, y no tengo para taparme más que un cartón enmohecido y algunas hojas de periódico.
Y un policía se acerca a mí y me dice: «Eh, tú, no puedes dormir aquí». Y yo le contesto: «¿Y qué me puede importar? ¡Lárguese! ¡Lárguese, estúpido! ¿Acaso no ve que me estoy muriendo, helado y solo en este sucio cartón?».
Cualquiera diría que la mujer era una excusa pa quedarse con la casa, pero siendo cínico, una mujer borracha es lo más deseable por cierto tipo de personas. Lo de la casa es un incordio (limpieza, mantenimiento, hipotecas, agua, luz, gas...)
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