No sé, lo admito, quién eres realmente, pero conozco bien tus maneras: por las noches, cuando todo a mi alrededor comienza a tomar formas extrañas y a girar en torno a mí; cuando una especie de esquizofrenia me esposa a su muñeca y me lleva a escuchar las voces de otros lugares y otros tiempos; cuando se celebra un baile de máscaras y nadie es quien parece ser, entonces apareces tú.
Me ocurre a menudo: me cogen por los brazos y me estiran como si fuera de goma. Por uno, tiran de mí hacia las estrellas, y por el otro, me mantienen encadenado a la Tierra. Y a veces yo no sé decir a unos o a otros: -¡Soltadme!, quiero ir hacia tal o hacia cuál-, no, porque soy muy indeciso y me mantengo atrapado entre dos mundos.
Y entonces tú aprovechas, y con un fragmento de tierra y otro de estrellas, te presentas ante mí con máscaras atractivas y me engañas más fácil que a un niño. Y a la hora de pedirme perdón a mí mismo, me basta con preguntar: -¿Qué culpa tengo de ver sólo lo que quiero ver?-, y si estoy lleno de nada y soy ligero, y el aire frío me empuja hasta las estrellas, ¿cómo puedo decir algo así?: -¡Suéltame, quiero seguir encadenado a este trozo de tierra!
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