Ahora que al fin me visitas, irrumpiendo en mi habitación, acercándote a mí silenciosa y ruidosamente y quedándote de pie frente a mi cama, con los brazos en jarra, intuyo que esperando una explicación o tal vez una palabra de gratitud, sé que me demandas una confesión.
Pues bien, mira un segundo: ya ves que mi carne no yace entre sábanas blancas; ¿o esperabas encontrar algo extraordinario? Si es así, no es aquí donde has de buscar. ¡Desaparece! ¡Desaparece! ¿O acaso no es eso lo que querías?
Ya, ya entiendo tu silencio.
Es irónico y cruel, tan propio de ti... Porque tú no ignorabas mi deseo de alimentar a los gusanos, pero no con carne propia sino ajena, ajena y cercana, tanto que de ella sólo me separan un abismo y ahora tú. Deseaba un aire limpio, detesto este aire podrido que tinta de negro los pulmones y el corazón. Quería silencios y ausencias y casas abandonadas. Te quería a ti en tantos rincones, en tantos hogares, en tantos lugares...
He aquí mi confesión, y sin embargo, ¡qué irónica y qué inoportuna eres! ¡Me pides una explicación tú, hija del tiempo, espectro maldito, ahora que por fin te dignas visitarme y que es demasiado tarde para todo!
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