Lo miré disimuladamente y enseguida advertí en su cara un gesto de preocupación. Tenía la mirada perdida en alguna parte del suelo de losetas de la cocina, y pestañeaba con muy poca frecuencia, lo que sin duda indicaba que dentro de su cabeza se libraba una batalla importante, una batalla decisiva y difícil que probablemente le mantendría despierto toda la noche. Enseguida tuve muy claro de qué tipo de contienda se trataba.
Quizá pasar la noche en vela no fuera tan grave después de todo. El sueño es una especie de atajo entre la noche y el día, entre hoy y mañana; un agujero de gusano entre dos puntos distantes del tiempo; y sé que él deseaba fervientemente que el día siguiente no llegase nunca. Lo deseaba porque sabía que el día siguiente no iba a ser fácil en absoluto. Así que algunas horas de tregua no le vendrían mal, aunque durante esas horas no tuviera más que pensamientos negativos.
Y llegó la hora de irse a la cama y él lo aceptó con resignación. Apuró su cerveza holandesa, una rubia malísima con un desagradable sabor a óxido, se levantó muy despacio de la silla, se calzó las zapatillas y fue arrastrando los pies muy despacio todo el camino hasta la puerta de la cocina. Luego lo oí un poco más a través del pasillo que llevaba hacia su habitación y poco después cerró la puerta. Yo apuré a su vez mi cerveza y pensé que ojalá pudiese evitarle de alguna manera aquel mal trago. Pero no podía.
Qué terrible. Realmente perturbador.
ResponderEliminarGracias, Javi. Me gusta escribir cuadros grises... ¿se nota?
ResponderEliminarLos malos tragos son los peores, porque si no los tragas al momento tienen la mala costumbre de multiplicarse y terminar por hacerse tragar.
ResponderEliminarLa parte buena es que los tragos amargos hacen que los tragos dulces sepan mejor. Pero eso no es consuelo.
ResponderEliminarLa parte buena es que los tragos amargos no duran por siempre y, una vez que pasan por la garganta, dejas de percibir el sabor ;-) Besos!!
ResponderEliminar¡Espero que tengas razón!
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