El hospital era una hilera interminable de pasillos de azulejos blancos y tubos fluorescentes, algunos de los cuales parpadeaban dando al lugar un aspecto triste y desolado.
No corrió; no tenía motivos para hacerlo. No había prisa por llegar a ninguna parte, no existía ya nada urgente. Supo en qué habitación se encontraba el hombre y se encaminó con calma hacia el ascensor, pulsó el botón de la cuarta planta y, cuando se abrieron las puertas, tomó el camino de la izquierda y después torció a la derecha, y allí estaba la 406 con la puerta cerrada. Apoyada contra la pared se encontraba la viuda y, hablando con ella, el doctor que lo había tratado, un hombre de mediana edad, pelo blanco y que nunca sonreía. El color blanco lo impregna todo, pensó él, y la idea no le agradó.
Se acercó muy lentamente y sólo cuando estaba a un metro de la mujer levantó ésta la cabeza para mirarle. Tenía los ojos muy rojos, como es natural, y el médico interrumpió su discurso mientras él le daba el abrazo de rigor. Tenía una cierta simpatía por aquella mujer y en cierto modo sentía lástima de lo ocurrido, pero sólo en cierto modo; sólo en lo que a ella respectaba.
El médico y él se saludaron escuetamente y, volviéndose hacia la mujer, el doctor concluyó poniéndole suavemente una mano en el hombro:
-Por lo menos tiene el consuelo de que no sufrió. -Luego se despidió con un gesto y se alejó por el pasillo hacia el ascensor de personal.
"No sufrió", repitió él en su mente. ¿Qué sabía aquel médico? ¿Estaba él en la mente del viejo cuando su corazón dejó de latir? ¿Acaso el cerebro dejaba de captar señales de dolor justo en el preciso instante en que el corazón se paraba? Por supuesto, la frase era siempre, en cierta medida, un consuelo para las familias. No sufrió, no hubo dolor, ni siquiera supo que algo no iba bien. No supo que su corazón se había parado ni comprendió que su pecho estaba rígido y por eso no podía tomar ni expulsar aire. No sintió nada cuando le subieron a la ambulancia y trataron de reanimarle con una descarga eléctrica. ¿Quién podía saber realmente lo que se siente?
Y sin embargo, ¿qué importaba aquello? Sus pensamientos no iban a ayudar a la mujer. Y por otra parte, ¿qué obligación tenía él de consolar o de ayudar a nadie? Bastante había hecho con ir allí. No, al diablo con aquello, ¿por qué tenía que fingir? Odiaba al viejo. Durante años había tenido que sufrir sus humillaciones y pagar sus errores. Era estúpido, y la gente estúpida es el cáncer de la humanidad, un obstáculo para el progreso, una molestia, un estorbo, las células del órgano vestigial de la evolución del mundo... de modo que su muerte sólo podía significar algo positivo.
Mientras pensaba esto, la puerta se abrió y dos celadores salieron con la camilla y el cuerpo cubierto con la sábana con el logotipo del hospital. No le costó reprimir las lágrimas; sencillamente no las había. Al contrario, se sintió como liberado de un gran peso. Antes de verlo, cuando recibió la llamada para informarle del accidente, no se lo había llegado a creer por completo. Fue sólo entonces, cuando distinguió su silueta bajo la tela blanca traslúcida, cuando la noticia se convirtió para él en una realidad. Y si sonrió fue porque sabía que, de alguna manera, el hecho de haber deseado durante tanto tiempo y con tanta fuerza aquella muerte había tenido un peso casi definitivo en el transcurso de los acontecimientos.
Por regla general las personas se sienten culpables cuando desean algún mal a una persona a la que no soportan y algo le sucede a esta persona... Algo que no termino de entender... Sobre todo porque hay personas que no lo dicen bajo el típico "calentón", sino que realmente desean que le pase algo al otro... Beso!!!
ResponderEliminarYo nunca me he sentido culpable de eso, ni siquiera cuando mis deseos se han visto cumplidos :-) Un deseo cumplido siempre es una satisfacción.
ResponderEliminarCuidado con lo que deseas porque puede convertirse en realidad, que dice el dicho.
ResponderEliminarHombre, si lo deseas de verdad y se cumple, pues cojonuti, ¿no?
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