martes, 29 de junio de 2010

El anciano

Traté en vano de encender la luz y miré hacia arriba, donde una bombilla rota se columpiaba colgada de un cable, supuse que movida por el viento.
Tropecé, y alguien dijo "¡Eh, tú! ¡Cuidado por dónde pisas!". Miré hacia abajo y vi a un anciano de aspecto débil, larga barba y áspera voz. Su ropa era varias tallas menor de lo que le correspondía, y tenía el aspecto patético de un viejo disfrazado de niño.
Me disculpé diciendo: "Cuánto lo siento, señor, estaba oscuro y no le vi". Él contestó: "¿Cómo podrías verme si ibas mirando hacia arriba? Todo el mundo mira hacia arriba al entrar, por eso nadie ve al anciano del suelo". Le pregunté quién era y qué hacía allí; me dijo: "Vivo en este edificio, en la última planta. Pero es demasiado alto y no tiene ascensor, así que me conformo con vivir aquí abajo." Le pregunté por qué había adquirido un piso tan alto y cuánto tiempo llevaba allí. "Mis padres lo compraron cuando yo tenía doce años. Mira mi ropa, llevo aquí sentado más de sesenta." Me pregunté si estaría esperando a que instalaran un ascensor, pero allí no había hueco posible.
Me despedí de él y seguí adelante. Puse un pie en el primer escalón y tuve el impulso de mirar hacia arriba. Había tantas plantas que no se veía el final. Me pregunté si alguna vez tendría que subir hasta la última. Nunca me lo planteé, yo había decidido no caminar demasiado. Con decisión, subí uno tras otro los peldaños a oscuras que me separaban de mi apartamento.
A pesar de la intensa oscuridad, me volví instintivamente por si el anciano me seguía en silencio.

lunes, 28 de junio de 2010

Mi llegada

Llegué a la ciudad de los cuadros escritos una noche de invierno, hace algunos años. La recuerdo como un lugar demasiado grande y demasiado frío, lleno de edificios altos que carecían de ascensor. Era a la vez ruidosa y apagada, gris y colorida, pero una ciudad en ruinas en cualquier caso.
Yo era un extranjero; así pues, la gente del lugar hablaba de mí. Algunos decían que estaba allí por trabajo; otros, que por amor; no faltaba quien decía que me había equivocado de estación, y, aunque todos tenían parte de razón pero ninguno estaba en lo cierto, les dejé seguir especulando.
En mi maletín no había pegatinas de Roma ni de Cancún, mi ropa nunca estuvo expuesta en los escaparates de los grandes almacenes y lo más llamativo de mi cara era una espesa barba desigual. Que no era la clase de extranjero que esperaban lo deduje de sus comentarios. "¿Es éste?", preguntaban unos con desprecio. "Qué poca clase", decían otros en sus abrigos de piel. Y unos y otros me siguieron con la mirada hasta que me detuve en el número 8 de aquella calle y metí la llave en la cerradura del sucio portal.

sábado, 26 de junio de 2010

La ciudad de los cuadros escritos

Puede que hayas recorrido un largo camino para llegar hasta aquí, o puede que hayas venido a parar a esta ciudad por casualidad. Tal vez quieras volver sobre tus pasos y jurar que nunca estuviste en este sitio y que nunca oíste hablar de él... o quizá sientas cierta curiosidad. Si es así, entra y sígueme, te mostraré mis cuadros.