Las opiniones siempre eran buenas, todos hablaban maravillas de él. El más guapo, el más inteligente, el más justo. No había mujer que no quisiera compartir su almohada ni hombre que no tuviera la aspiración de ser como él.
-Seré sincero -dijo al fin el hombrecillo-, los comentarios no son buenos.
Él hizo una pausa. Se guardó el mechero en el bolsillo, sostuvo el cigarrillo entre dos dedos y expulsó el humo directamente sobre la cara de Lach. Con voz grave, preguntó:
-¿Qué quiere decir que no son buenos?
-Verá, señor...
-Escucha, Lach -dijo dándole una palmadita fraternal sobre el hombro-, tal vez hayas oído decir que soy una especie de ogro que se deshace de los portadores de malas noticias. Bien... es cierto. Ahora dime qué es eso que dicen sobre mí.
***
-Adelante -dijo sin levantar la vista del escritorio. La puerta se abrió muy despacio. De detrás surgió un joven delgado y tímido que no pudo evitar dirigir la vista al sillón que se encontraba junto a la mesa. Él levantó la vista y le saludó con jovialidad-: ¡Mi buen Dace! Entra, muchacho. Cierra la puerta. Muy bien. Dime, hijo, ¿qué noticias me traes?
El joven, totalmente pálido, seguía mirando al sillón.
-Oh, sí, te presento a mi buen amigo Lach. Ya no trabaja aquí, ¿sabes?, ahora sólo me hace compañía. Vamos, saluda, Lach, no seas maleducado. Hay grandes taxidermistas en esta ciudad, ¿verdad?, ¡grandes taxidermistas! Dime, hijo, ¿qué noticias me traes?
El hombre se sentó en el sillón, puso los pies sobre la mesa y dio una calada a su cigarrillo.
-Adelante -dijo sin levantar la vista del escritorio. La puerta se abrió muy despacio. De detrás surgió un joven delgado y tímido que no pudo evitar dirigir la vista al sillón que se encontraba junto a la mesa. Él levantó la vista y le saludó con jovialidad-: ¡Mi buen Dace! Entra, muchacho. Cierra la puerta. Muy bien. Dime, hijo, ¿qué noticias me traes?
El joven, totalmente pálido, seguía mirando al sillón.
-Oh, sí, te presento a mi buen amigo Lach. Ya no trabaja aquí, ¿sabes?, ahora sólo me hace compañía. Vamos, saluda, Lach, no seas maleducado. Hay grandes taxidermistas en esta ciudad, ¿verdad?, ¡grandes taxidermistas! Dime, hijo, ¿qué noticias me traes?
El hombre se sentó en el sillón, puso los pies sobre la mesa y dio una calada a su cigarrillo.