lunes, 2 de agosto de 2010

La propiedad

Cada martes a las nueve, su whisky es servido por la misma camarera en el mismo vaso, marcado por una cruz a navaja en el fondo. Él no la mira a la cara, se limita a observar su copa mientras se llena. Le gusta el sonido de los cubos de hielo chocando entre sí y los matices de la bebida bajo la pálida luz que a duras penas se cuela por la ventana.
Cada martes, la mujer sin nombre que le acompaña a todas partes aguarda pacientemente a su lado. Siempre en pie, siempre con ropa de invierno aunque sea verano, siempre en silencio. Tiene miedo del reloj de la pared, le recuerda que su vida se escapa minuto a minuto allí junto a él.
La copa se vacía y él pide otra. Después otra y otra más. Cuando la mujer parece a punto de explotar de rabia y de odio, él deja caer bruscamente el vaso y saca dos billetes arrugados. Deja uno de ellos sobre la mesa y mete el otro en un bolsillo del pantalón de la camarera cuando ésta pasa por su lado limpiando las mesas.
Se agacha, levanta un poco la mesa por una de las patas y desengancha la correa. Da un tirón y la mujer hace un gesto de dolor. Se levanta y camina hacia la salida ante la mirada resignada de la camarera y del cocinero. Pobrecilla, piensan, pero nadie hace nada.
En la calle, mientras avanza a grandes zancadas, gira la cabeza en todas direcciones por si alguien se atreve a mirar su propiedad. Una vez alguien lo hizo y resultó herido. También la mujer sin nombre recibió una paliza en la misma calle. Es que vas como una puta, enseñando los tobillos.
Un martes se sentó en la mesa de siempre. No dirigió su mirada a la camarera, y esta no colocó el vaso en su sitio habitual. Se detuvo junto a él y, antes de que nadie pudiera impedirlo, se lo rompió en la cabeza. Él cayó con gran ruido sobre el cenicero mientras la mujer sin nombre se tapaba la boca con las manos, incapaz de hablar.
He oído decir que aquella mesa conserva aún la sangre derramada, que la mujer sin nombre se encuentra lejos, muy lejos de allí, y que de vez en cuando la camarera recibe cartas de gratitud que terminan con fuertes besos y buenos deseos.

7 comentarios:

  1. Llegue acá de casualidad. Muy buenos textos. Te felicito :)

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  2. Lástima que esto sea bastante habitual... El hombre (o la mujer) que se cree que su pareja es SU propiedad y que tiene todos los derechos sobre ella.

    Y el problema es que la mayoría de los "subyugados" esperan que la ayuda venga de fuera, cuando podrían ser ellos mismos quienes pusieran distancia... Aunque pueda sonar "duro" muchas personas mueren a manos de su pareja porque les da la gana, porque no son capaces de irse, porque ponen una denuncia y luego la quitan... Es bastante indignante.

    Lo siento, este tema me enerva... XD Un besito!!!

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  3. 1ª Vicky, muchas gracias, pásate por aquí siempre que quieras.

    2ª Vicky, tanto como "porque les da la gana"... yo no iría tan lejos. Sí que es cierto que muchas personas viven engañadas, piensan que son maltratadas por algo que hayan hecho, o que sus parejas van a cambiar o que en el fondo les quieren o que al menos no son tan malas personas como pueda parecer. La realidad es que alguien que te maltrata una vez puede hacerlo muchas veces más.

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  4. Es como "la verdad al desnudo". Algo que vemos diariamente pero sin el filtro de normalidad.

    Muy bueno, saludos.

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  5. Gracias, Javier. Es una lástima que ya nos hayamos habituado a estas cosas.
    Un saludo.

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  6. Hay víncolos demasiado duros como para romperlos. No son lazos físicos, son lazos psicológicos. El amor es uno. El miedo es otro. Cuando se mezclan los dos, mal asunto.

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  7. Cuando se mezclan los dos, producen lo que vemos cada semana en las noticias...

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