Abro los ojos cuando empieza a llover. No sé qué hora será pero todavía no ha amanecido. Por alguna razón imagino que no serán más de las cinco. No hay nadie por aquí, nadie paseando, nadie bebiendo en algún banco, nadie armando bronca.
Los periódicos están por el suelo, empapados, y yo me muero de frío, así que me levanto y me pongo a andar. Subo por la rambla hasta el Parque del Milenio y me meto por San Tomás en dirección al puente. Allí me quedo viendo la autopista, unos pocos coches, algunos camiones, el bloque de casas que hay más allá, por delante de donde vivíamos antes, donde se empiezan a encender algunas luces.
He quedado en ir hoy a verte. Cruzo el puente y se pone a llover más fuerte, pero no tengo con qué taparme y me meto en el primer portal que encuentro abierto, y me siento en el suelo a esperar a oscuras a que deje de llover. Pero alguien baja por las escaleras y me echa de allí, me dice que ahí no puedo mendigar, que ese portal es privado. Es curioso, ¿verdad?, te dejas barba y la gente te confunde con un mendigo, pero tú sabes bien que nunca he pedido nada a nadie.
Mientras camino en dirección a Los Patos, empieza a llover más fuerte y la niebla se instala por las calles. La gente corre con sus paraguas de un lado para otro y los coches mueven sus limpiaparabrisas frenéticamente. Yo llego adonde estás tú, abro la verja y voy directo hacia ti, y allí me arrodillo humildemente y me pongo a hablar contigo.
Siento decirte que las cosas no fueron como pensábamos, que nada está bien; que mamá se fue y nadie sabe dónde está; que Julia y yo discutimos otra vez y yo estoy en la calle como un perro. Ya lo sé, no es lo que esperabas oír.
Como ya te conté, Mike murió hace dos semanas. Tenías razón en desconfiar de mí, nunca he sabido cuidar de nadie, ni siquiera de mí mismo. Se dijo que era un virus y que por algún motivo su cuerpo no se defendía contra él, pero eso no me hace sentir mejor.
Quizá le has visto ya, a lo mejor está ahí contigo ahora, abuelo y nieto juntos de nuevo, esperando por mí. O a lo mejor no hay segundo acto en esta mierda de teatro, a lo mejor todo se acaba aquí y ya está, y yo no vuelvo a veros nunca, quién puede saber eso. Hablar contigo me hace sentir mejor pero no sé si realmente me escuchas. No sé si Mike está ahí contigo sentado en tus rodillas o si simplemente estoy haciendo el imbécil hablando con una piedra.
Ojalá pudieras responderme, ojalá pudieras decirme que estás ahí y ojalá pudieras volver conmigo calle arriba, volver a casa a por mamá, decirle que se ponga guapa, que os venís a comer con Julia y con Mike y conmigo. Ojalá pudiéramos hablar como antes y ojalá yo no estuviera aquí arrodillado bajo la lluvia mirando sin más cómo el mundo se me cae encima.
Pero nada de eso puede ser, porque todo salió al revés de como nos lo habíamos imaginado.
Los periódicos están por el suelo, empapados, y yo me muero de frío, así que me levanto y me pongo a andar. Subo por la rambla hasta el Parque del Milenio y me meto por San Tomás en dirección al puente. Allí me quedo viendo la autopista, unos pocos coches, algunos camiones, el bloque de casas que hay más allá, por delante de donde vivíamos antes, donde se empiezan a encender algunas luces.
He quedado en ir hoy a verte. Cruzo el puente y se pone a llover más fuerte, pero no tengo con qué taparme y me meto en el primer portal que encuentro abierto, y me siento en el suelo a esperar a oscuras a que deje de llover. Pero alguien baja por las escaleras y me echa de allí, me dice que ahí no puedo mendigar, que ese portal es privado. Es curioso, ¿verdad?, te dejas barba y la gente te confunde con un mendigo, pero tú sabes bien que nunca he pedido nada a nadie.
Mientras camino en dirección a Los Patos, empieza a llover más fuerte y la niebla se instala por las calles. La gente corre con sus paraguas de un lado para otro y los coches mueven sus limpiaparabrisas frenéticamente. Yo llego adonde estás tú, abro la verja y voy directo hacia ti, y allí me arrodillo humildemente y me pongo a hablar contigo.
Siento decirte que las cosas no fueron como pensábamos, que nada está bien; que mamá se fue y nadie sabe dónde está; que Julia y yo discutimos otra vez y yo estoy en la calle como un perro. Ya lo sé, no es lo que esperabas oír.
Como ya te conté, Mike murió hace dos semanas. Tenías razón en desconfiar de mí, nunca he sabido cuidar de nadie, ni siquiera de mí mismo. Se dijo que era un virus y que por algún motivo su cuerpo no se defendía contra él, pero eso no me hace sentir mejor.
Quizá le has visto ya, a lo mejor está ahí contigo ahora, abuelo y nieto juntos de nuevo, esperando por mí. O a lo mejor no hay segundo acto en esta mierda de teatro, a lo mejor todo se acaba aquí y ya está, y yo no vuelvo a veros nunca, quién puede saber eso. Hablar contigo me hace sentir mejor pero no sé si realmente me escuchas. No sé si Mike está ahí contigo sentado en tus rodillas o si simplemente estoy haciendo el imbécil hablando con una piedra.
Ojalá pudieras responderme, ojalá pudieras decirme que estás ahí y ojalá pudieras volver conmigo calle arriba, volver a casa a por mamá, decirle que se ponga guapa, que os venís a comer con Julia y con Mike y conmigo. Ojalá pudiéramos hablar como antes y ojalá yo no estuviera aquí arrodillado bajo la lluvia mirando sin más cómo el mundo se me cae encima.
Pero nada de eso puede ser, porque todo salió al revés de como nos lo habíamos imaginado.
No tengo palabras... me he quedado rota leyendo esta entrada...
ResponderEliminarun saludo!
Qué descorazonador... :-( Besito!!
ResponderEliminarR., gracias, me alegra saber que conseguí mi propósito. Bienvenida.
ResponderEliminarVicky, como la vida real algunas veces ;-)
Me encanta como pintas el trayecto que hace hasta llegar allí.
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