domingo, 13 de febrero de 2011

Tu odio

Al principio me odiabas, es evidente, y el odio que recorría tus arterias y venas envenenando cada una de tus células era el mismo odio que recorría las mías alimentándome y fortaleciéndome. Me dabas tanta importancia como para desear mi muerte y yo te daba a ti tanta como para obtener placer de ese odio, como un parásito que se nutre de tu vida hasta que no quedan de ti sino los huesos.

Siguió así durante años... pero nadie ignora que no hay nada eterno sino el dolor, que el placer es efímero y que lo que antes resultaba divertido deja de serlo de un día para otro, igual que entre la vida y la muerte hay una distancia menor que el filo de un cuchillo y la vida más querida nos puede ser arrebatada en un instante. Así se van los disfrutes, y de esta manera tu odio empezó a resultarme aburrido y tedioso.

Tú con tu odio y yo con tantas cosas en que pensar. Pasaste a un plano secundario, como un juguete que ya no hace gracia o una canción que ya no emociona. Te denegué la importancia artificial del principio y me dediqué a asuntos más urgentes, y entonces pasaste a estar en un plano inferior, muy inferior, más acorde con lo que eras en realidad.

Y me seguiste odiando y odiando y he oído que aún me odias, y yo, ya ves, querido enemigo, aunque te lo agradezco profundamente, te confieso que, atendiendo a cosas que me demandaban más atención que tú, encontré a otras personas a las que decidí arruinarles la vida de la manera más cruel. Ellos me corresponden generosamente con un odio infinito y yo, mientras tanto, me divierto, me divierto como un niño.

5 comentarios: