lunes, 7 de marzo de 2011

Kronstadt

Diario del soldado Andrei Zaitsev
Kronstadt, 16 de marzo de 1921

Treinta kilómetros. Debería ser una distancia suficiente, pero no lo es. Lo sería si fueran treinta kilómetros de agua líquida, pero aún no es época de deshielo. No falta mucho, es cierto, pero quizá falte demasiado. Da que pensar cómo las circunstancias moldean el espacio y el tiempo a su antojo, no siempre de la manera más ventajosa.
Los treinta kilómetros de hielo que nos separan de Petrogrado son el perfecto pasadizo para el ejército rojo, que se concentra en esa ciudad proveniente de todos los rincones de Rusia. No sé cuántos soldados de infantería han caído a día de hoy ni los que caerán antes de que esto termine, pero somos muchos los que cada mañana miramos al cielo con la esperanza de que el sol caliente mucho más de lo que acostumbra.
Ayer murieron ahogados unos cuantos. Muchos de los disparos van a parar al hielo y éste se acaba rasgando en algunas zonas. Aun así, no es suficiente. No sabemos si aguantaremos hasta que llegue el deshielo. Se oye hablar de huir a Finlandia si todo sale mal, pero somos trece mil soldados y dos mil civiles... ¿cuántos de nosotros podríamos huir?
El gobierno mantiene secuestrados a nuestros familiares desde hace once días y amenaza con ejecutarlos si los funcionarios comunistas que permanecen presos en la fortaleza sufren algún daño. Tenemos miedo por ellos, pero no podemos rendirnos. Continuamente se oyen gritos de "¡Viva los soviets, abajo los comunistas!". Mucha gente tiene esperanzas en nosotros.
Es lógico, la gente tiene hambre. La guerra ya terminó, pero el gobierno sigue robando los excedentes a los campesinos. Mi amigo Yuri regresó hace un mes de la casa de sus padres y nos contó que no tenían para comer, que el ejército se lo había quitado todo. Sin el pretexto de una guerra civil, ¿qué excusa tiene Lenin ahora?
Supongo que ahora debería descansar, tal vez mañana el tiempo sea más favorable. O tal vez el gobierno entre en razón y todo esto termine de una vez.

Yuri Volkov, o Yura, como le llamaba cariñosamente su familia, había cogido por instinto el pequeño cuaderno y lo había metido en su mochila. Semanas después, sentado en una esquina de una calle secundaria, lo había encontrado por casualidad al sacar su abrigo. Se acordó entonces de su amigo Andrei, pero ahora ya no tenía un agujero en la frente sino que estaba vivo, allí junto a él.

No se acostumbraba a Finlandia, pensó que siempre le parecería un país extraño... pero le dio la impresión de que Rusia quedaba ahora lejos, muy lejos, a millones de kilómetros, y que jamás volvería allí.

2 comentarios:

  1. Me hace recordar a ciertos episodios de la segunda guerra mundial, donde el ejército soviético, mal armado, poco disciplinado y en general en inferioridad de condiciones logró batir al enemigo alemán. Los soldados eran armados por parejas, uno con fusíl y otro con balas, para que si uno caía el otro pudiera tomar lo que aquel dejaba pues no habían armas para todos. Y si a alguno se le ocurría dar la vuelta y desertar o no afrontar el peligro de muerte, el encargado del regimiento los mataba de un tiro.

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  2. En realidad el post está basado en la historia real de lo que ocurrió en Kronstadt después de la guerra civil rusa. El contexto es real (hasta donde se conoce): las fechas, el número de soldados y civiles que había en la fortaleza, la estrategia del ejército rojo, la huída de 8.000 de los soldados a Finlandia... Los dos personajes de la historia son lo único que inventé con la excusa de describir la situación de aquel lugar en aquel momento.

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