domingo, 20 de marzo de 2011

Pequeño cuento oriental

En los primeros años del siglo XIII, antes de que Temuujin, que más tarde reinara en todo el imperio mongol con el nombre de Gengis Kan, sucediera a su padre como jefe de su tribu, Esugey Baatar se vio en el problema de encontrar un castigo ejemplar para un extranjero al que habían capturado y hecho preso por haber saqueado la casa de una de las familias de la aldea.

Durante siete días enteros, Esugey Baatar pensó y pensó sin descanso. Dormía muy poco, apenas si comía y sólo se movía lo necesario para cambiar su postura en la silla. En la aldea se decía que el jefe tenía un aspecto triste y hasta enfermo, pero, si bien es cierto que había adelgazado un poco y que el tono de su piel se notaba más pálido, lo que ocurría realmente es que estaba concentrado con todas sus fuerzas en encontrar un castigo para el extranjero.

Al cabo de esos siete días, un buen amigo suyo, que tenía fama de ser un hombre sabio, regresó de un viaje que lo había tenido ausente durante algunos meses, y lo primero que hizo fue ir a visitar a Esugey Baatar. Pero al llegar a la entrada de su casa, dos guardias le impidieron el paso y le explicaron por qué el jefe no debía ser molestado. Sin embargo, éste, que desde su silla podía ver el exterior, dijo:

-Dejadle pasar. -Su expresión cambió por completo, recuperó el color y la sonrisa y pareció volver a la vida de repente-. ¡Amigo mío -dijo-, qué alegría me da volver a verte! Siéntate en aquella silla y cuéntame de tus viajes.

El viajero obedeció, le relató con detalles los lugares por los que había pasado, los pueblos que había visto (donde no siempre había sido bien recibido), la gente que había encontrado y la música que había descubierto. Esto último le había causado un gran placer, porque el hombrecillo era un gran diletante. Le contó de instrumentos de los que nunca había oído hablar y recitó canciones que nunca había escuchado, y durante las horas que duró aquel relato el jefe también disfrutó enormemente.

-Y ahora, amigo mío -dijo el viajero cuando su relato hubo terminado-, explícame tú cuál es ese problema que te tiene tan ocupado.

Esugey Baatar le explicó su problema y el hombrecillo escuchó con la misma atención con la que antes había sido escuchado. Después, se acarició la barba durante unos segundos y finalmente dijo:

-Si, como dices, el ladrón está encerrado a la espera de encontrar un castigo apropiado para él, no es necesario que busques más.
-¿Quieres decir que sencillamente debemos dejarle encerrado?
-Así es -contestó el viajero.
-Pero debemos cortarle las manos o dejarlo morir de hambre, si no, ¿qué clase de castigo será?
-No, no será necesario llegar a eso -dijo el hombrecillo-. Morirá antes sin música que sin comida.

6 comentarios:

  1. Genial, genial. Me ha gustado mucho.

    ResponderEliminar
  2. ¡Gracias! Realmente, ¿qué es el hombre sin música?

    ResponderEliminar
  3. Simplemente buenísimo :-D Si a mí me quitan la música, me da un algo! (Aunque también si me quitan la lectura... XD).

    Me llama la atención la gente a la que la música le deja indiferente, la verdad... Besito!!!

    ResponderEliminar
  4. ¡Me alegro de que te guste, bisho!

    ResponderEliminar
  5. Un ladrón en un sitio sin nada que robar siempre puede robar una melodía tarareándola o escuchar el trino de los pájaros a lo lejos o el rumor del agua corriendo o en última instancia el infinito sonido de la soledad.

    ResponderEliminar
  6. Qué poeta te pones a veces, Mr...

    ResponderEliminar