viernes, 17 de junio de 2011

La quién

Algunas noches aparecía de repente en mi sala de estar, descalza y vestida con una camisa de cuadros y con el pelo alborotado, con cara de no haber dormido bien o el tiempo suficiente. Arrastraba entonces los pies hasta el sillón que hay junto a la ventana y se dejaba caer sobre él como una piedra sobre un estanque, rompiendo el silencio y la tranquilidad en que mi apartamento solía estar los sábados por la mañana. Después, tras unos minutos, me pedía en voz baja un vaso de whisky de ése que siempre tenía sobre el aparador, sin importarle que en ese momento estuviese leyendo o trabajando y necesitase concentración. Parecía no preocuparse nunca por resultar una molestia o por no ser bien recibida en ese momento, o tal vez es que no se daba cuenta de ello. Por otra parte, tengo que admitir que quizá parte de la culpa fuera mía, porque nunca le dije claramente que necesitaba estar solo; al contrario, había en su voz una extraña fuerza que siempre me impulsaba a complacerla en todo cuanto me pidiera. De modo que, si me encontraba redactando un informe o haciendo cuentas, dejaba la máquina de escribir o el lápiz y me levantaba de inmediato para llenarle un vaso y alcanzárselo. Ella, para agradecérmelo, me miraba y me dedicaba una breve sonrisa. Entonces yo volvía a mi escritorio y continuaba con mi informe o reanudaba las cuentas donde las había dejado.

A cada sorbo parecía soltársele la lengua y encontrarse más animada y más despierta. Y cada vez que me encontraba en el punto más delicado de mi tarea, ella comenzaba un monólogo sobre los temas más dispares; a veces hablaba de la pobreza en África y otras veces sobre cantantes pop de los ochenta, o bien sobre literatura o poesía, gastronomía, botánica o cine. En una ocasión me contó que de pequeña estuvo tres años enteros encerrada en su habitación, sin comer ni beber, porque había discutido con su padre. Yo, claro, no la creí, ni creí nunca nada de cuanto me dijo, así que supongo que por eso conservé la cordura durante los cuatro años que duraron sus visitas. Lo peor de todo es que, mientras hablaba, movía la mano con tanta vehemencia que siempre derramaba la mitad del whisky sobre la alfombra, y, como no se podía lavar ni limpiar de ninguna forma, los restos de aquellos monólogos siguen decorando ahora la parte más bonita de mi sala de estar.

Nunca sabías cuándo iba a aparecer. No llamaba al timbre, ni siquiera era necesario abrirle la puerta. Algunas veces ibas a la cocina a por un vaso de leche y de repente la veías allí, en mitad de la sala de estar, de pie y a oscuras, totalmente inmóvil y en silencio. Entonces encendías una luz y ella te sonreía tímidamente, y luego se tiraba en el sillón junto a la ventana y su pelo de color de trigo caía por el lado izquierdo de éste hasta llegar al suelo, y tú te preguntabas cómo demonios ibas a decirle que se fuera o que no era buen momento porque querías adelantar trabajo. Ella no comprendía ese lenguaje ni hizo por comprender en ningún momento.

Un día, mientras trabajaba en un artículo que tenía que salir publicado en el periódico de la mañana, ella se acercó a mi escritorio, me quitó las gafas y me besó en el cuello. Entonces se las quité de las manos y le dije vete, tengo que terminar esto para dentro de unas horas. Vete de aquí, no me molestes, tengo mucho trabajo y no tengo tiempo para escuchar tus historias. Si no termino este artículo a tiempo, probablemente seré despedido, y este apartamento no se paga solo. Y entonces miré alrededor y ella se había ido, y yo recorrí toda la casa buscándola. Miré en la habitación, en el baño, en la terraza, en la cocina, debajo de las mesas... pero se había largado y entendí que se trataba de algo definitivo. Y traté de buscar un cabello suyo que se hubiera caído al suelo para probar que realmente había estado allí, pero no encontré ninguno, y examiné las manchas de la alfombra pero no pude demostrarme que no las hubiese hecho yo mismo alguna noche, y traté de encontrar su olor en el aire pero no recordaba cómo olía. Y entonces me pregunté qué clase de mujer se presenta en tu casa sin llamar a la puerta y desaparece sin hacer ningún ruido ni dejar huella de ninguna clase, y advertí en ese momento que ni siquiera sabía su nombre y que jamás había tratado de saberlo.

5 comentarios:

  1. joder, eres buenísimooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooo

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  2. Opino como el resto... (Aunque creo que esto no es nada que no supieras de antes XD). Besito!!!

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  3. Considero que a veces escribo cosas buenas pero no me considero a mí mismo especialmente talentoso, si es a eso a lo que te refieres ;-)

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