sábado, 6 de agosto de 2011

El célebre señor Kimb

¿No oigo llegar al señor Kimb? ¡Vamos a llamarle entre todos!
Todos declararon que el señor Kimb se había puesto violento.
Es un pequeño pueblo de agricultores en el Estado de Kansas, comienzos de verano. El sol no ha dado tregua desde el amanecer y la tierra se riega con el sudor de los hombres que han estado toda la tarde montando la carpa, un pequeño recinto con capacidad para unas doscientas personas pero lo bastante grande como para que armarlo suponga un esfuerzo considerable.
-¡Pasen y vean...!
No ha empezado la función pero payasos, acróbatas, caballos, elefantes y las estrellas del espectáculo, los freaks, encabezados por el extraño Sr. Mond -un hombre de mediana edad al que una enfermedad desconocida ha deformado la cara por completo- se agrupan fuera de la carpa. Un malabarista ensaya un número clásico con un monociclo y cinco pelotas de tenis, los zancudos se ponen en pie, un trapecista enciende un cigarrillo y los domadores dan golosinas a los elefantes. La función va a dar comienzo.
-¡...el increíble hombre lobo...!
Mientras una jaula tapada con una gran sábana atraviesa las cortinas y entra en la pista, el gran payaso Señor Kimb, el gran favorito, escucha los aplausos de los niños y sus padres y un momento después los gritos de asombro y de terror. Estropea parte de su maquillaje con el cuarto whisky y por un momento sonríe. Recuerda que él también se había sorprendido al ver por primera vez al hombre lobo, un tipo que por aquel entonces tenía veinticinco años y, según se creía, una hormona que no funcionaba del todo bien y que provocaba que todo su cuerpo estuviera cubierto de un pelaje liso y corto de color castaño oscuro.
El célebre señor Kimb no era mucho mayor por aquel entonces, acababa de dejar su amada Ucrania seis meses antes, recién cumplidos los veintiséis, en busca de un futuro que le garantizara «al menos un mendrugo de pan y un plato de sopa todos los días», y en Ucrania había dejado a sus padres y a sus dos mejores amigos, Andrei y su perro Yuk ("Sur", llamado así porque lo encontró un día con su padre vagando por una carretera al sur de Kiev). Ahora han pasado ya treinta años y Kiev se presenta como una pintura surrealista o como un decorado que hubiese visto alguna vez en alguna representación teatral.
-¡...el hombre más gordo del mundo...!
Mr. Egg. Trescientos veinte kilos, tan sólo un infarto cuatro años atrás que lo había tenido postrado tres meses pero no había mermado en lo más mínimo su vocación de sorprender al público. El circo era, según decía, el único lugar del mundo en el que se sentía respetado. Había superado en parte su fobia social y lo atribuía a su papel como «un honrado trotamundos que lleva a los pueblos y las ciudades el color de lo nuevo y lo maravilloso», tal como había escrito en una carta a su hermana al salir del hospital.
Mr. Kimb piensa a menudo en su familia pero desde hace años no se atreve a escribirles. Desde luego jamás recibe una carta, puesto que no tienen dirección fija ni itinerario definido, pero se siente terriblemente culpable por no haber dado señales de vida durante casi seis años y le avergüenza la idea de volver a escribirles ahora. ¿Qué podría contarles? ¿Qué excusa les podría dar? No hay excusa que justifique seis años de silencio, desde luego. Pero lo peor de todo, lo que más le ahoga, es pensar en la forma en que sus padres interpreten su ausencia. Pensar que en Kiev lo dan por muerto no es plato de buen gusto, y a pesar de ello no se siente lo bastante valiente como para escribirles de nuevo.
También existe otra posibilidad, y es algo con lo que llevaba soñando varias semanas consecutivas. En sus sueños vuelve a casa y se encuentra con su madre, joven como siempre, como si no hubiese pasado ni un solo día. Está allí, en la silla de siempre, remendando un calcetín. Pero está llorando. Entonces se acerca a ella y la abraza y le dice: «Mamá, no llores, mira, soy yo, estoy aquí, siento no haber escrito todo este tiempo pero estoy bien, estoy vivo y he vuelto a casa». Pero su madre sigue llorando y al cabo de unos segundos le dice: «Ya lo sé, ya lo sé, es tu padre el que no está».
No consigue apartar la idea de su cabeza. En los treinta años que lleva fuera ha podido pasar de todo, y no haber tenido ninguna noticia de Kiev durante tanto tiempo supone la mayor tortura que pueda imaginar. Por eso ha vuelto a beber. Por eso se ha ganado unos cuantos enemigos alrededor, aunque no lo sepa. Dicen que estropea los espectáculos, que hace llorar a los niños, que Simmons, el director, no lo despide por lástima. Dicen que entra a la pista tambaleándose y apestando a alcohol, que olvida sus guiones, que no sonríe. No, no sonríe.
-¿Y no oigo llegar al señor Kimb? ¡Vamos a llamarle muy fuerte entre todos! ¡Señor Kiiimb...!
Se dirige a las cortinas y uno de los malabaristas le golpea con el hombro al pasar.
-¡Señor Kiiimb...!
Entra en la carpa tambaleándose y el público aplaude entusiasmado. Se marea. De repente no conoce aquel lugar, no sabe quién es ni qué hace ahí. Se acerca al señor Simmons, que permanece en el centro de la pista muy sonriente, mirando hacia él.
-No me hagas esto, Kimb -le dice Simmons al oído sin dejar de sonreír.
El señor Kimb intenta decir algo y se le nubla la vista. Sin saber si pierde la consciencia antes o después, cae al suelo.
Se oyen algunos llantos y entran otros dos payasos para llevárselo a rastras. Fuera no hace falta dar explicaciones, todos saben lo que hay que saber.
-¿Otra vez? -dice furioso uno de los zancudos.
-Este borracho va a ser nuestra ruina -murmura un trapecista.
Y uno de los domadores, el joven Gregory Penn, se acerca al señor Kimb, que permanece tirado en el suelo, y le golpea la cabeza. Después tira de las riendas de su elefante y le da una orden.

Algunas horas más tardes, todos declararían que el señor Kimb se había puesto violento cuando lo sacaron de la pista, y que su actitud había asustado al elefante, que trató de huir y le pasó por encima. Nadie acusaría al joven Gregory de haber ordenado al animal que le aplastara el tórax, aunque, con una expresión de verdadero horror e incredulidad, cada uno de ellos lo había visto con sus propios ojos.

1 comentario:

  1. Me ha sorprendido tremendamente el final... Sobrecogedor... Y buenísimo, aunque no es una novedad :-D Besito!!!

    ResponderEliminar