martes, 4 de octubre de 2011

Reencuentro

Cualquier parecido con la realidad es culpa de la realidad.
Sobre todo me pareció extraño. Ese volver después de tantos años, para qué... para comprobar que todo estaba en su sitio o que a mí no me habían salido canas o... realmente me cuesta entenderlo. Volviste además en el peor día, yo estaba enfermo de gripe o no recuerdo de qué, me había acostado en el sofá en mitad de un artículo, apestando a coñac, sudoroso... lo más antierótico del mundo.
Y cuando abro los ojos te veo ahí sentada frente a mí con esa sonrisa condescendiente de señora a la que le van muy bien las cosas, como si quisieras ayudarme, y yo me pregunto, ayudarme a qué. Si yo hasta ese día vivía tan contento con mis cacharros sucios, mi comida para llevar y mi vino agrio, y ya no me preocupaba de los sueños y cosas por el estilo, porque los sueños están muy bien cuando eres un ingenuo, pero cuando te estás muriendo de hambre y tus macarrones dependen de tu trabajo, ahí los sueños no valen nada.
Total que ahí estabas, y a pesar de que habías cambiado te reconocí al momento. Al fin y al cabo siempre he mantenido la teoría de que eras un producto de mi mente, porque te pongas como te pongas, nadie entra en una casa sin abrir la puerta o las ventanas y sin hacer el mínimo ruido. Y cuando me sonreíste vi que te faltaban algunos dientes, que aquella maravillosa dentadura se había estropeado como la fachada de un edificio viejo, y pensé: qué pena, lo bonitos que eran.
Y recuerdo que hubo algo que me hizo muchísima gracia, y es que lo primero que hiciste fue levantarte y andar hacia mi mesa, donde tenía una docena de hojas desperdigadas, y te pusiste a leerlas. Y lo que vi entonces en tu cara era sin duda decepción, una decepción profunda, como si en ese momento hubieses empezado a entender que a lo mejor las cosas ya no eran como antes.
Después de estudiar mis hojas te dirigiste a mí y me recorriste lentamente de arriba abajo con la mirada, haciendo una pausa en cada arruga, en cada cana, en los nuevos cristales de mis gafas, que me hacen parecer mucho mayor, en la barriga, en la ropa ajada y sucia que años antes había sido un traje aunque nadie apostase por ello... y yo te pregunté: Bueno, ¿y qué esperabas?
Pues claro que cada vez escribo peor, mi cerebro funciona mucho más despacio y me juega malas pasadas, y claro que estoy mucho más feo y más acabado y que las cosas no me van bien, y claro que bebo veneno, porque no tengo dinero para otra cosa, y si vivo rodeado de basura es porque ya no tengo fuerzas para levantarme y recogerlo todo. Pero bueno, ¿qué esperabas? Tú también has cambiado, desde luego ya no eres tan guapa ni tan joven. Ni tan misteriosa.
Pues déjame en paz con mi basura y con mi droga barata, con mi máquina de escribir de hace cuarenta años y mis sueños olvidados. Tú también tienes los tuyos, pero no te preguntaré por ellos, no me interesan, y tampoco me interesa ese último recuerdo en el que antes de desaparecer por última vez me miraste mientras decías por lo bajo: Qué sórdido, qué siniestro.

3 comentarios:

  1. La realidad siempre se encarga de hacer que los sueños más extraños se queden cortos

    ResponderEliminar
  2. Todo es sórdido, pero dentro de esa sordidez sigue habiendo una cierta belleza... Besito!!

    ResponderEliminar